Novena de la Medalla Milagrosa
ORACIONES PREPARATORIAS PARA TODOS LOS DÍAS
Por la señal…
Señor mio, Jesucristo,
Dios y Hombre verdadero, Creador, Padre y Redentor mío,
por ser Vos quién sois y porque os amo sobre todas las cosas, me pesa de todo corazón haberos ofendido;
propongo firmemente nunca más pecar,
apartarme de todas las ocaciones de ofenderos,
confesarme y, cumplir la penitencia que me fuera impuesta.
Ofrezco, Señor, mi vida, obras y trabajos,
en satisfacción de todos mis pecados, y, así como lo suplico, así confío en vuestra bondad y misericordia infinita,
que los perdonareis, por los méritos de vuestra preciosísima sangre, pasión y muerte, y me dareis gracia para enmendarme, y perseverar en vuestro santo amor y servicio,
hasta el fin de mi vida.
Amén.
Dios y Hombre verdadero, Creador, Padre y Redentor mío,
por ser Vos quién sois y porque os amo sobre todas las cosas, me pesa de todo corazón haberos ofendido;
propongo firmemente nunca más pecar,
apartarme de todas las ocaciones de ofenderos,
confesarme y, cumplir la penitencia que me fuera impuesta.
Ofrezco, Señor, mi vida, obras y trabajos,
en satisfacción de todos mis pecados, y, así como lo suplico, así confío en vuestra bondad y misericordia infinita,
que los perdonareis, por los méritos de vuestra preciosísima sangre, pasión y muerte, y me dareis gracia para enmendarme, y perseverar en vuestro santo amor y servicio,
hasta el fin de mi vida.
Amén.
Jaculatoria: ¡Oh María, sin pecado concebida, rogad
por nosotros que recurrimos a Vos!
Invocación. Acordaos, oh piadosísima Virgen María, que
jamás se ha oído decir que ninguno de los que han acudido a vuestra protección,
implorado vuestro socorro y reclamado vuestra asistencia haya sido abandonado
de Vos. Con esta confianza a Vos corremos, oh Virgen de las vírgenes; y.
gimiendo bajo el peso de nuestros pecados, nos postramos a vuestros pies. Oh
Madre del Verbo, no despreciéis nuestras súplicas, antes bien escuchadlas y
acogedlas benignamente. Amén.
Rezar a continuación la oración del día que
corresponda:
ORACIONES FINALES
Suplicas. Oh Madre del amor hermoso, purísima María,
por la manifestación de vuestra santa Medalla, inflamad nuestros corazones en
el amor divino, para que insensibles a las cosas terrenas, solo suspiren por
las celestiales y eternas.
Dios te salve, María, etc.
Oh refugio de pecadores, poderosísima María, por la
manifestación de vuestra santa Medalla, tened piedad de nuestras culpas y
miserias y alcanzadnos la gracia de morir antes que pecar.
Dios te salve, María, etc.
Oh puerta del paraíso, dulcísima María, por la
manifestación de vuestra santa Medalla, concedednos la perseverancia en el bien
morir santamente y participar de vuestra gloria en los cielos.
Dios te salve, María, etc.
Ofrecimiento.
Oh Milagrosa Virgen María, Madre de Dios y Madre
nuestra, prosternados a vuestras plantas os encomendamos nuestros corazones,
nuestros afectos, nuestros intereses, la salud de nuestros cuerpos, la
salvación de nuestras almas, la paz de nuestras familias y el bienestar de
nuestro pueblo. Velad por nosotros desde los cielos, apartadnos de todo
peligro, endulzad nuestros pesares, santificad nuestros trabajos y colmadnos de
vuestras gracias y virtudes, oh siempre Virgen y siempre Madre y siempre buena,
María.
V. Oh María sin pecado concebida
R. Rogad por nosotros que recurrimos a Vos.
Oración Final
Jesús, Dios nuestro, que quisiste esclarecer a tu
bienaventurada Madre, la Virgen María, Inmaculada ya desde su origen, con
multitud de milagros: Concédenos que por la invocación constante de su
patrocinio consigamos las eternas alegrías del cielo. Tú que vives y reinas por
los siglos de los siglos. Amén.
DÍA PRIMERO
Amemos a María Inmaculada por su celestial hermosura
Comenzar con las oraciones de todos los días.
Una señal extraordinaria apareció en el Cielo: Una
mujer vestida del sol, la luna debajo de sus pies, y en su cabeza una corona de
doce estrellas.
¿Quién es esta mujer vista por San Juan en sus
revelaciones sino la Reina de los Cielos, la misma que el 27 de Noviembre de
1830 realizó los deseos y las esperanzas de Sor Catalina de verla en su mayor
hermosura? ¿Quién sino la mujer privilegiada, en la cual ha reunido Dios más
perfecciones que en todas las obras de sus manos? ¿Quién sino su perfecta, su
primogénita, su inmaculada, la que raya en los límites de lo infinito, la que
ha alcanzado cierta igualdad con Dios, dice S. Bernardo, por la infinidad de
sus perfecciones? Si, pues, tanta mayor influencia ejerce un objeto en nuestro
corazón cuanto mas perfecto nos parece, ¿con qué ardor no deberemos amar a esta
obra maestra de la omnipotencia divina? ¡Oh Madre del amor hermoso! Tomad de
hoy para siempre posesión de mi alma, reinad en ella como en legítimo trono, y
arrancad y destruid en sus términos cuanto no se compagine con vuestro amor. No
quiero conveniencias ni placeres, ni seducciones que pueden separarme de Vos,
sino amaros con todo mi corazón, para tener la dicha de veros algún día, como
de vuestra bondad lo espero, en la patria de los escogidos.
Medítese lo dicho y con entera confianza en la
Santísima Virgen, pídase la gracia particular que se desee obtener mediante su
intercesión. Terminar con las súplicas, ofrecimiento y oración final.
DÍA SEGUNDO
Amemos a María Inmaculada por su incomparable santidad
Comenzar con las oraciones de todos los días.
¿Qué son todas las perfecciones naturales de María
comparadas con su santidad? Llena de gracia la llamó el Arcángel para darnos a
entender que la medida de la plenitud de Cristo no se derramó en su alma gota a
gota, como sobre las de los demás mortales, sino que desde el primer momento de
su existencia vino a envolverla cual en inmenso océano de perfecciones;
atreviéndose a decir los Santos Padres que, aun cuando muchas almas justas han
acumulado abundantes méritos, a todas sobrepujó María en su Concepción, y aun
cuando la perfección de los espíritus angélicos sea una elevada montaña cuya
cúspide no alcanzan nuestros ojos, sobre ella se sientan los fundamentos de la
santidad de María, y aunque Dios se vea atraído por el perfume de la virtud de
sus siervos, ama más la orla del manto de su Madre que todas las gracias y
méritos de las demás criaturas. ¿Quién no deducirá de aquí deseos ardientes de
amar y venerar a tan excelsa Señora? Yo al menos, Virgen Inmaculada, quiero ser
vuestro perpetuo esclavo, no contentándome con un aprecio sensible y estéril,
sino procurando hacer en todas mis obras vuestra santa voluntad, para merecer
en todo tiempo vuestras bendiciones y participar algún día de vuestra gloria.
Medítese lo dicho y con entera confianza en la
Santísima Virgen, pídase la gracia particular que se desee obtener mediante su
intercesión. Terminar con las súplicas, ofrecimiento y oración final.
DÍA TERCERO
Amemos a María Inmaculada, porque es nuestra
corredentora
Comenzar con las oraciones de todos los días.
No es sólo la consideración de las perfecciones y
gracias de María lo que nos induce a amarla, es también el agradecimiento al
sin igual beneficio que de tales perfecciones se nos ha derivado. Hijos de ira,
descendientes de un padre proscrito, aun gemiríamos bajo el más abyecto de los
cautiverios, si Dios en su infinita misericordia no hubiese determinado
salvarnos, sirviéndose del pie virginal de esta Inmaculada Criatura para
asestar el golpe de gracia que derribase de su trono a nuestro infernal tirano.
Salve, pues, Virgen invicta, clamaremos una y mil veces, que comenzasteis con
vuestra Concepción a triunfar de Lucifer; salve, brillante aurora, que
anunciasteis el día de nuestra libertad; salve, arca de la alianza, que
guardasteis en vuestro casto seno el alimento que nos había de dar la vida;
salve, Madre de Jesucristo, que en el Calvario cooperasteis con vuestra sangre
y con vuestros dolores a la obra de nuestra redención. ¿Cómo no amaros, Virgen
gloriosa, si por vuestra mediación hemos recibido todos los bienes? ¿ Cómo no
sacrificarnos por Vos, si por amor nuestro dejasteis sacrificar a vuestro Hijo,
y sufristeis de buen grado los mayores tormentos? Quiero amaros, Señora, quiero
ser vuestro en el tiempo y en la eternidad.
Medítese lo dicho y con entera confianza en la
Santísima Virgen, pídase la gracia particular que se desee obtener mediante su
intercesión. Terminar con las súplicas, ofrecimiento y oración final.
DÍA CUARTO
Confiemos en María Inmaculada, que puede protegernos
Comenzar con las oraciones de todos los días.
Como los pobres y desvalidos, que buscan remedio a su
necesidad, se dirigen a los ricos y poderosos, así nosotros, verdaderos
mendigos de Dios, que sólo de limosna esperamos las gracias necesarias para
nuestra santificación y salvación, recurrimos a María, celestial dispensadora
de los tesoros divinos. Sabemos que por ser la Hija predilecta del Eterno
Padre, la Madre Inmaculada de Jesucristo y la amantísima Esposa del Espíritu
Santo, le corresponde en el Cielo la más encumbrada gloria; sabemos que se acerca
al trono de la divinidad, no como sierva que pide, sino como señora, que manda,
segura de que su Hijo Santísimo nada le podrá negar; sabemos que Dios ha
dividido su imperio, y reservándose para sí propio el ejercicio de la justicia,
ha entregado a su Madre la administración de la misericordia; y después de todo
esto vemos a nuestra celestial Señora aparecer en la tierra cargada de gracias
que se le escapan de las manos. ¿Cómo no confiar en Ella? Oh, sí, diremos con
San Bernardo, Vos sois Madre de la misericordia, cuyos insondables abismos
abrís, cuando, como y a quien os place, para que nadie tema por muchas que sean
sus iniquidades, con tal de que a vuestro valimiento se acoja.
Medítese lo dicho y con entera confianza en la
Santísima Virgen, pídase la gracia particular que se desee obtener mediante su
intercesión. Terminar con las súplicas, ofrecimiento y oración final.
DÍA QUINTO
Confiemos en María Inmaculada, que quiere protegernos
Comenzar con las oraciones de todos los días.
¿Qué amor hay comparable al amor de una madre? ¿ Quién
así se interesa, así se desvive, así se sacrifica por el más querido de sus
prójimos como procura una madre el mayor bien del más ingrato de sus hijos? ¿Y
no es María Santísima nuestra Madre celestial? ¿No hemos recibido la vida
sobrenatural a costa de la sangre de Jesucristo, que era su propia sangre? ¿No
nos adoptó en el Calvario por hijos de su dolor? No extrañemos, pues, que se
apareciese a Sor Catalina con las manos amorosamente inclinadas hacia la
tierra, y manifestándole deseos de que toda clase de personas se acerquen a
Ella en demanda de las infinitas gracias que está dispuesta a conceder, antes
bien, entreguemos nuestro corazón a sentimientos de confianza, y repitamos la
frase de San Buenaventura: No temas, alma mía, que la causa de tu eterna
salvación no se perderá, estando la sentencia en manos de Jesús, que es tu
hermano, y de María que es tu Madre.
Medítese lo dicho y con entera confianza en la
Santísima Virgen, pídase la gracia particular que se desee obtener mediante su
intercesión. Terminar con las súplicas, ofrecimiento y oración final.
DÍA SEXTO
Confiemos en María Inmaculada, que siempre nos
protege.
Comenzar con las oraciones de todos los días.
Si María es omnipotente por la gracia como lo es
Jesucristo por naturaleza; si sus amorosas entrañas de Madre no sufren un
infortunio en sus hijos sin tratar de remediarlo; si tiene en el cielo perfecto
conocimiento de lo que ocurre en la tierra, ¿cómo no hemos de estar seguros de
su protección? ¿No acredita la experiencia de veinte siglos de cristianismo que
la ha ejercido admirablemente en todos los países y con toda clase de personas?
Desde el tiempo de los Apóstoles hasta hoy, ¿no ha sido siempre María la que ha
alentado cuantas empresas redundan en gloria de Dios? ¿No ha fortalecido a los
mártires, iluminado a los apologistas, sostenido la virtud de confesores y vírgenes,
combatido todas la herejías e impiedades? ¿No ha sido siempre el consuelo de
los afligidos, la salud de los enfermos, el remedio de todas las desgracias? ¿Y
no acredita la historia de la Medalla Milagrosa que continúa nuestra Madre
mostrándose tan pródiga en favor nuestro como en favor de nuestros mayores?.
¡Oh cuánta razón tenemos para repetir llenos de confianza la frase de San
Buenaventura!: "Sirvamos siempre a esta celestial Reina, que jamás
desatiende a los que en Ella confían."
Medítese lo dicho y con entera confianza en la
Santísima Virgen, pídase la gracia particular que se desee obtener mediante su
intercesión. Terminar con las súplicas, ofrecimiento y oración final.
DÍA SÉPTIMO
A María Inmaculada deben recurrir las almas fervorosas
Comenzar con las oraciones de todos los días.
¡Dichosa el alma justa, para quien nada hay importante
sino el amar a Dios y procurar su gloria, en quien satisfecha mora la
augustísima Trinidad, por que ve en ella reflejadas sus divinas perfecciones!
Muchos serán los tesoros de méritos que sucesivamente vayas acaparando, con los
cuales habrá de coronarte el Juez supremo; pero te será preciso advertir que
los llevas en muy frágil vasija, y que mientras estás en pie debes andar alerta
para no caer, pues son muchos los enemigos conjurados contra ti. ¿Y quién podrá
defenderte de ellos? ¿ Quién podrá sino tu Inmaculada Madre, a cuya protección
tienes especial derecho por tu semejanza con su Santísimo Hijo, y porque
promete amar a los que le aman? Si, pues, todos deben confiar en Ella, tú, alma
fervorosa, que te esmeras en complacerla con el cumplimiento exacto de la
divina voluntad, toma al pie de la letra las palabras de San Bernardo:
"Encomiéndate a María, y no desconfíes: si su mano te sostiene, no caerás;
si te protege, no te perderás; si es tu guía, te salvarás sin trabajo; si te
defiende, llegarás indefectiblemente al reino de los bienaventurados."
Medítese lo dicho y con entera confianza en la Santísima
Virgen, pídase la gracia particular que se desee obtener mediante su
intercesión. Terminar con las súplicas, ofrecimiento y oración final.
DÍA OCTAVO
A María Inmaculada deben recurrir las almas tibias
Comenzar con las oraciones de todos los días.
¡A qué triste estado de postración se ve reducida un
alma tibia! ¡Con cuánta verdad puede de ella decirse que es desgraciada y
miserable, y pobre, y ciega, y desnuda! Sus buenas obras carecen de mérito por
no estar informadas de pureza de intención: sus continuos pecados veniales van
secando el manantial de las gracias e incitan a Dios a vomitarla de su boca, y
lo más lamentable de todo es que se ve arrastrada, sin sentirlo, al
endurecimiento y la impenitencia, como se ven caer en el sepulcro ciertos
enfermos atacados de dolencias crónicas que secretamente minan su organismo,
sin que se note necesidad de aplicarles conveniente remedio. Abre los ojos,
alma tibia; date cuenta de tu terrible enfermedad; acude a la que, con
justicia, llamamos salud de los enfermos, suplicándole tu curación, y, a poco
que excites tus deseos de amarla con más ardor y generosidad y de animar tu
languidez y decaimiento, podrás decir con San Alfonso: "En Vos confío,
Madre de Dios; estoy enfermo, pero Vos, Médico celestial, podéis curarme; estoy
débil, pero vuestra ayuda, Virgen invicta, me devolverá la fortaleza; todo lo
espero de Vos, porque todo lo podéis con Dios."
Medítese lo dicho y con entera confianza en la
Santísima Virgen, pídase la gracia particular que se desee obtener mediante su
intercesión. Terminar con las súplicas, ofrecimiento y oración final.
DÍA NOVENO
A María Inmaculada deben recurrir los pecadores
Comenzar con las oraciones de todos los días.
¡Pobres pecadores! ¡Cuán dignos son de compasión!
Ilusionados con las apariencias de felicidad que sus culpas les ofrecen, no
reparan en las graves injurias que a Dios infieren con su rebeldía, ni en la
crueldad con que laceran el corazón de su Inmaculada Madre, ni en la
responsabilidad que contraen, haciéndose dignos de los más espantosos castigos
del Cielo para el tiempo y para la eternidad. ¿Quién dará luz a su
entendimiento para que vean el abismo de males a que se hallan abocados, y
energía a su corazón para aborrecer lo que aman y amar lo que miran con
indiferencia? ¿Y quién aplacará al Juez supremo, justamente irritado con tantas
prevaricaciones? ¿Quién sino nuestra compasiva Madre, llamada con justicia Refugio
de pecadores, porque, como dice San Anselmo, acoge con afecto maternal al pobre
pecador a quien todo el mundo desprecia? Acudamos, pues, a María, llenos de
arrepentimiento y dolor de nuestras culpas; prometámosle sinceramente la
enmienda, y Ella nos restituirá a la amistad de su Hijo.
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